- Ya fui a Granada y visité sus lugares,
- ya ví Bodas de sangre en vivo, en un teatro madrileño, en versión flamenco,
- ya aprendí a bailar flamenco, aunque apesto,
- ya escuché a Buika en vivo, y me abrazó con su voz de susurro en grito,
- ya subí al Sacromonte y un gitanito viejo me cantó para mí sola, en un verano sofocante, luego de saludarme con su "Adiós, Catalina",
- ya vi flamenco en el Cardamomo,
- ya fui a una cueva del Sacromonte, y escuché retumbar su alma.
El jueves por la noche, pude completar un punto más.
- Ya ví a Diego El Cigala cantándome, a mí sola, en un teatro lleno de gente. Y cantó tango y cantó bulería y cantó alguna rumbita. Y ahí estábamos. Él y yo. Los dos solos. Envueltos en un grito de alma gitana. Y el sonido de sus palmas, que llegaba a donde estaba yo, claro, fresco, vívido. Porque el cantaor canta con el alma, y acompaña con el cuerpo.
No me lloren la pena negra si se enteran que me muero.
Porque, desde el jueves, puedo morirme en paz.
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