sábado, 27 de agosto de 2011

Claudio María Domínguez, te banco

Hoy volvía a casa en el mismo colectivo de siempre y, a mi lado, una señorona muy emperifollada leía unos libritos de Claudio María Domínguez, que vienen con alguna revista de esas que muestran a los ricos y a los famosos. 
Estos libritos, de una calidad editorial sorprendente, tienen un título muy autoayuda y citas de grandes personalidades abocadas a los aforismos. Traen, también, fotografías dignas de powerpoint sensiblero y mucho color pastel.
Sin embargo, me puse a leer a la par de la señorona, un poco agotada de Fortunata y Jacinta.

Y, para sorpresa mía, las cosas que escribía no eran huevadas TAN enormes, eh.

La pifiaba cuando metía a Dios en el medio de tanta filosofucha oriental, tal vez. O cuando se le escapaban algunas marcas de su oralidad pastosa y rococó.
Pero, en general, exponía algunas ideas sobre la relación hombre-mundo que, lejos de parecerme erradas, alguna vez me gustaría poder contagiarle a gente que quiero y se ahoga en vasos vacíos.

Y ahí llegué a una conclusión para sentirme más conforme con el cosmos: 

Si uno agarra un texto de Claudio María Domínguez y reemplaza sistemáticamente la palabra Dios por la palabra conga, es un golazo.


lunes, 22 de agosto de 2011

De vidas y vocaciones debidas

Él me dijo: "Estás radiante" y llegamos a la conclusión de que la felicidad se nota en la cara y que la sonrisa se sostiene por dos hombrecitos amables.

El jefe me dijo: "Admiro y envidio tu cara de placer cuando hablar sobre tu clase." Y yo sonreí, de nuevo.

Ella me dijo: "Sí, yo estoy feliz de haber estudiado esto, pero vos hacés lo que te gustó toda la vida."

Yo creo que fui docente en todas las vidas que viví hasta ahora.
No me animo a discutírmelo.

martes, 16 de agosto de 2011

IV. Granada - Fuente Vaqueros

Granada tiene olor a humedad y Fuente Vaquero a orujo. Hace calor, como si la pasión inundara el cielo y llueve barro. No es figurativo, no. Llueve barro que viaja kilómetros desde el desierto y cae en Granada, porque todos quieren estar acá.
Granada, también, huele a té, a cuero y a sangría fría. Huele a cueva y a flamenco y a caminos estrechos. Huele a Albayzín mítico y misterioso. Huele a ciudad hecha a los apurones y sin sentido. Granada huele a "¡Adiós, Catalina"! y un flamenco personal e intimista, pero huele también a tierra partida y río seco, que casi ni parece río, ni recuerda cómo ser río.
Granada huele a Alhambra y La Alhambra huele a verde robado. La Alhambra tiene el agua y la vida que Granada pide a gritos. Y no se la presta. Subir a La Alhambra es, casi literal, subir al paraíso, porque huele a agua fresca, a naranjo estallado y a fuentes que corren, robando el reflejo de los visitantes y de los rosales.
Fuente Vaqueros huele a orujo, sí, y huele a infancia. No hay chicos, casi. Hay gente que barre y gente que conversa y gente que sonríe. Huele a pueblo polvoroso. 
"¿Federico? ¿El poeta? Allí." Todos conocen ese olor. Y Federico niño entra corriendo por esa puerta que no se abre.
Fuente Vaqueros es un piano de fotografía y dos grabados infantiles. Es el comienzo de un día que huele a vida entera y a resumen.

Porque, de vuelta en Granada, el aire huele a San Vicente. Que tiene olivos en la calle y huele a parra dulce.
Hay madera añeja y hay Federico que no se fue.
Hay olor a sangre y muerte, también. En algún lugar punto entre Alfacar y Víznar hay un parque que duele y huele a tiempo detenido y a tumba ausente. Hay olor a silencio y a viento cálido que trae las palabras del poeta.
Hay olor a Mariana Pineda, a Rosales, a rojos y a Guardia Civil. A Bernarda, a duende, a Manuel de Falla.

Granada tiene olor a humedad y Fuente Vaqueros a orujo.

domingo, 14 de agosto de 2011

III. Barcelona

Tengo algo para confesarte: siento que no terminamos de conocernos.
Te visité superficialmente, como quien recorre a una chica de una sola noche. Te deseé, te arrinconé y te recorrí todos los rincones visibles. Pero no hubo magia entre nosotras. No teníamos los mismos colores y todo tenía gusto a otro.

No tuviste recovecos, no descubrí tus misterios ni conocí tu música preferida. No tuvimos fantasías, no quisiste contarme secretos y yo no te regalé casi nada de mí.

Recuerdo una tarde, sí, en la que te miré desde arriba. El corazón se me cerró un poco y tuve que dejar de hablar por un momento. Eras inconmensurablemente ajena e inabarcable. Me tembló la voz, pero no te lo dije en su momento, porque no merecías mis palabras en un castellano que se sentía sucio y violento.


Ojalá pudiera sentirme distinta cuando te recuerdo, pero creo que no quiero. En cierta forma, sos un reflejo de la que yo era.
Fuimos dos lugares hechos de dudas.

miércoles, 10 de agosto de 2011

II. Berlín

El pasado pasó por allí y no tuvo ganas de irse. Se enamoró del río y de las nubes que mestizan el cielo germánico, ávido de colorearse y ofrecer nuevas formas tridimensionales. Sintió el viento que no despeina y el calor que no sofoca. Y le debe haber gustado eso.
El pasado da patadas caprichosas, dolorosas, insistentes.
Hasta el futuro es un reflejo de las patadas del pasado. Hasta el futuro no es más que una imposición del pasado. Hasta el futuro se contagia del pasado y el pasado no deja que el futuro sea.
El pasado se hizo música, se hizo parque de ensueño, parque urbano, se hizo bloques de cemento en un laberinto agobiante que grita víctimas y silencio y grito. El pasado es monumento imponente y devoción austera.
El pasado, también, es frío y pedazos de muro desperdigados por una ciudad que saluda su memoria con solemnidad y arte callejero. 
El pasado es rojo, sí. Y es también edificio modernoide y neopolíticas que resucitan.
El pasado tiene arte, diseño, voz y voto.

Berlín enamoró al pasado. Y no lo deja que siga camino.

jueves, 4 de agosto de 2011

I. Montevideo


Montevideo que no nos reconocimos, porque no nos habíamos visto las ganas antes, aunque ya nos habíamos soñado y celado alguna vez.
Montevideo habitación de hotel y mimos atrasados. Que susurraste y fuiste tormenta de verano.
Montevideo que me contaste a los ojos que había muerto María Elena y que me diste una Patricia para brindar por ella.
Montevideo que en la playa Ramirez nos hace sonreir por las casualidades y que en en patio andaluz me lleva a un "Adiós, Catalina" que no puedo olvidar.
Montevideo que te espero y que te conozco palabras, y sol, y lluvia de luz.