domingo, 14 de agosto de 2011

III. Barcelona

Tengo algo para confesarte: siento que no terminamos de conocernos.
Te visité superficialmente, como quien recorre a una chica de una sola noche. Te deseé, te arrinconé y te recorrí todos los rincones visibles. Pero no hubo magia entre nosotras. No teníamos los mismos colores y todo tenía gusto a otro.

No tuviste recovecos, no descubrí tus misterios ni conocí tu música preferida. No tuvimos fantasías, no quisiste contarme secretos y yo no te regalé casi nada de mí.

Recuerdo una tarde, sí, en la que te miré desde arriba. El corazón se me cerró un poco y tuve que dejar de hablar por un momento. Eras inconmensurablemente ajena e inabarcable. Me tembló la voz, pero no te lo dije en su momento, porque no merecías mis palabras en un castellano que se sentía sucio y violento.


Ojalá pudiera sentirme distinta cuando te recuerdo, pero creo que no quiero. En cierta forma, sos un reflejo de la que yo era.
Fuimos dos lugares hechos de dudas.

No hay comentarios: