Tengo algo para confesarte: siento que no terminamos de conocernos.
Te visité superficialmente, como quien recorre a una chica de una sola noche. Te deseé, te arrinconé y te recorrí todos los rincones visibles. Pero no hubo magia entre nosotras. No teníamos los mismos colores y todo tenía gusto a otro.
No tuviste recovecos, no descubrí tus misterios ni conocí tu música preferida. No tuvimos fantasías, no quisiste contarme secretos y yo no te regalé casi nada de mí.
Recuerdo una tarde, sí, en la que te miré desde arriba. El corazón se me cerró un poco y tuve que dejar de hablar por un momento. Eras inconmensurablemente ajena e inabarcable. Me tembló la voz, pero no te lo dije en su momento, porque no merecías mis palabras en un castellano que se sentía sucio y violento.
Ojalá pudiera sentirme distinta cuando te recuerdo, pero creo que no quiero. En cierta forma, sos un reflejo de la que yo era.
Fuimos dos lugares hechos de dudas.
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