Hoy volvía a casa en el mismo colectivo de siempre y, a mi lado, una señorona muy emperifollada leía unos libritos de Claudio María Domínguez, que vienen con alguna revista de esas que muestran a los ricos y a los famosos.
Estos libritos, de una calidad editorial sorprendente, tienen un título muy autoayuda y citas de grandes personalidades abocadas a los aforismos. Traen, también, fotografías dignas de powerpoint sensiblero y mucho color pastel.
Sin embargo, me puse a leer a la par de la señorona, un poco agotada de Fortunata y Jacinta.
Y, para sorpresa mía, las cosas que escribía no eran huevadas TAN enormes, eh.
La pifiaba cuando metía a Dios en el medio de tanta filosofucha oriental, tal vez. O cuando se le escapaban algunas marcas de su oralidad pastosa y rococó.
Pero, en general, exponía algunas ideas sobre la relación hombre-mundo que, lejos de parecerme erradas, alguna vez me gustaría poder contagiarle a gente que quiero y se ahoga en vasos vacíos.
Y ahí llegué a una conclusión para sentirme más conforme con el cosmos:
1 comentario:
Como diría Ventu, ay conga mía por conga.
???
Me cabe, me cabe.
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