Ella quiere empezar a mover piedrecitas, porque el camino ya está casi marcado, pero no es seguro. Se sube a la bici, empieza a andar, y las piedritas le golpean los ojos. O le rayan el aura.
Entonces, ella quiere bajarse de la bici y empezar a mover piedritas de colores, grises, cascotitos de barro y algún que otro remache oxidado. Quiere pasarse toda una tarde arrodillada, recolectando y limpiando el camino.
Tiempo le sobra.
Y una tarde invertida en eso le va a dar nuevo color a su cara y un poco de alivio a su aura.
Tiempo le sobra.
Y una tarde invertida en eso le va a dar nuevo color a su cara y un poco de alivio a su aura.
Sabe, también, que no puede cargar la bolsa que trae con todas las piedras que quisiera.
Porque la bolsa llena pesa, y las piedras se mezclan entre sí. Y se arma lío.
Porque la bolsa llena pesa, y las piedras se mezclan entre sí. Y se arma lío.
Tiene que elegir piedritas de colores brillantes, piedras en las que se refleje el sol.
Piedras que no sean pesadas ni viejas ni oxidadas.
Piedras que no sean yuyos disfrazados de piedras.
Ella quiere mover piedrecitas.
Porque con esas piedras puede ponerse a construir cosas nuevas.
Refugios, por ejemplo, para que el próximo viaje en bici tenga un camino más placentero.
Refugios, por ejemplo, para que el próximo viaje en bici tenga un camino más placentero.