Como siempre, empecé el invierno adelgazando, culpa de un ritmo de vida en el que no me termino de encontrar. Como poco y como mal. Aunque como lo que me gusta sin tener que preguntarle a nadie más y eliminé toda la cantidad de comida chatarra que comía por semana. Ahora cocino cuando tengo ganas y lo que tengo ganas, sin importarme si al otro le van a gustar las lentejas. A mí me gustan. Y punto.
Pero empecé a engordar, como cada invierno.
Porque a mí la sopa de fideos me gusta con consistencia de fideos, no de sopa. La Vitina me fascina tipo papilla, como guiso de arroz, guiso de fideos, guiso de guiso. Y mucha papa. En invierno me gusta el almidón.
No me interesa demasiado, por otra parte, porque me siento linda. Me tienen en ese estadío precioso en el que te hacen sentir linda todo el tiempo, en cada abrazo, en cada novedad. Me miro de más en el espejo, me pongo linda para gustar. Me siento linda cuando estoy en camiseta de algodón y despeinada y me mira sonriendo. Me siento linda cuando le digo: "No me dejes entrar en la zona de la comodidad" y me responde: "¿Por qué no, si así sos mucho más linda y un poco más real?"
Entonces, de la balanza paso al balance obligatorio de cada 20 y tanto de julio.
Y el balance da positivo.
Y yo sonrío con todo lo que puedo, termino de cerrar pasados y resignifico este presente, encontrando nuevas canciones.
Ahora sí, transito lugares en los que tengo que estar.
Y lo hago con los ojos bien abiertos, para no perderme cosa alguna.
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