¿Te acordás de los caballos de verdad que se mezclaban con los caballos de bronce? El Parque de Retiro, que me enseñó a enseñar y la Puerta de Alcalá, que estaba abierta y "las puertas se me abren de par en par". Había puertas abiertas en todo Madrid y para mí sola.
Madrid, vos fuiste libertad.
Me acompañaste en la soledad del viajero que no le tiene miedo al lugar desconocido y que se larga a las calles, con ganas de sentirse parte. ¿Te acordás de esos 19 días y esas 500 noches que sonaron mientras comías bajo el agobiante sol madrileño?
También me descubriste avanzada y desprejuicida y me lo mostrarte en una noche de paseo con un grupo de conocidos temporales. Ese rato en el que todos, sin importar de dónde venimos, tenemos esa pequeña vida en común. Fue intentar entender portugués, cuando quería hablar en francés y tomaba una cerveza negra irlandesa. Y disfrutarlo.
También una lluvia de tradición y colores y una libreta anotada en vivo y en directo, mientras cambiaba el olor de la plaza y la gente gritaba la tiranía y el dolor animal. Fuiste la magia de entender, sobre todo. Fuiste flamenco y tauromaquia.
Hubo un rato de paseo y hubo un llanto en la garganta frente a ese cuadro de siempre, que apareció sin que lo buscaras. Hubo sol. Hubo Cernuda que compré y disfruté en cada sombra que encontraba y que me obligaba a disfrutarte.
También fuiste encontrarme a Federico, lejos de Federico. Un cielo celeste donde se recortaba la estatua de ojos vacíos y una paloma. Ese príncipe feliz que, frente a su teatro, me hipnotizó los labios.
Hasta me diste flamenco y teatro. Un Bodas de sangre con taconeo, llanto y polémica ahogada, volviendo de Federico.
¿Sabés? Siete días, nada más. Siete días en los que fuiste hogar. Salir de vos y volver a vos nos hermanó frágilmente.
Fui fugaz y madrileña en Madrid.